Ecuador necesita recuperar orgullo nacional y optimismo histórico. Hoy, no solo está en cuestión la condición de vida del pueblo sino la existencia misma de la nación y el Estado. Por eso, es imprescindible redefinir lo que sucede. No ha cambiado simplemente la política monetaria.
La historia universal dejó una certeza, los ejércitos cuyas armas las producen otros dependen (en algún grado) de esos otros, aunque siempre tienen presencia en relación con los intereses del poder inmediato.
El poder tradicional renuncia a la soberanía paulatina e irreversiblemente, se entregó la significación internacional del país, las decisiones fundamentales sobre su territorio, la capacidad resolutiva respecto de fuerzas extranjeras en su seno, y hoy se despoja desesperadamente de la autoridad monetaria.
La mención de la dolarización, no premeditada decisión económica sino argucia política, generó distensión. El gobierno ganó tiempo y sentó otras bases para sus alianzas destinadas al mismo esquema de poder, aunque posiblemente con representantes frescos.
Cae la penúltima fase de la estafa y agoniza lo que no alcanzó a ser, sueño de millones de seres humanos que poblaron este espacio, la economía nacional y el Estado soberano.
La mayoría de jefes de Estado han personificado inevitablemente fuerzas económicas, terratenientes, exportadores y, en momentos, el equilibrio entre estas potencias sociales y otros grupos económicos que se articularon circunstancialmente en la historia del país. Pocos presidentes pueden ser definidos como representantes de los ecuatorianos.
El fin del poder especulativo en Ecuador se manifiesta con el derrumbe de la banca y su representación política. Sus mitos y obsesiones colapsan. Tampoco se formulan ideas que anticipen el futuro inmediato ni son visibles sus líderes. Las actuales formas de organización social del poder y el Estado se han agotado.
El contradictorio proceso de globalización genera el debilitamiento de los Estados nacionales. No obstante, el conjunto denominado G-7 aparece consolidado, y en particular, Estados Unidos.
Un día se censurará a la AGD, antifaz nuevo del anciano régimen, creada para impedir la debacle del poder especulativo.
«Allí donde un sastre remendaría su tela, donde un calculista hábil corregiría sus errores, donde el artista retocaría su obra maestra todavía imperfecta, la naturaleza prefiere volver a empezar desde la arcilla, desde el caos, y ese derecho es lo que llamamos orden de las cosas» (M. Yourcenar).