En las primeras horas que descendieron del 11-S se prometió otra guerra de las naciones democráticas contra la acción terrorista.
La reunión de Ministros de Defensa de los Estados del continente (Quito, 16-21 de noviembre) se consagra a las nuevas razones de los ejércitos, entre ellas la mayor, el nuevo enemigo.
La prensa informa que la coalición en Iraq tambalea por el giro de España, que abre fisuras en las fuerzas ocupantes, fisuras que muestran el lado oscuro de la “civilización occidental”.
El Estado ecuatoriano cae por la pendiente de la sumisión. Ha logrado reducir el riesgo país a niveles de orgullo presidencial. La deuda externa crece y se “paga” en los términos estipulados por la Carta de Intención, «la ley», las delictivas renegociaciones y la estrechez de la propia representación.
“Los imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional; aspiran a ser ellos el sistema internacional”. (Henry Kissinger, La Diplomacia)
La tortura es práctica que atraviesa la Historia.
En Ecuador, no existe posibilidad política de organizar un poder distinto. En otros momentos, una oposición destinada a sustituir intereses que administran el Estado materializó cambios y en consecuencia transformó el instrumento político de la nación.
El crimen de Estado se protege. A priori, está justificado por el silencio que impone. La tradición enseña que son crímenes buenos, no-punibles, ejemplarizadores, inincriminables.
La presencia del Presidente Bush en Lima consolidó la política norteamericana en esta región.
La invención técnica y las armas siempre fueron referentes en el destino de naciones. Gestaron estadios en el desarrollo humano, reorganizaron pueblos, pensamientos y multitudes.