«Madre desnaturalizada mata a sus tiernos hijos y luego se envenena». Era el titular de portada. La noticia añadía, «les dio pócima de ratas en el pan como si se tratase de mantequilla. La mujer tomó el tóxico directamente de la botella que se encontró junto a su cuerpo».
Se llenó con los del barrio. El bus rodaba en la carretera traqueteando alegremente. No había bache que no hiciera estremecer de risa a los ocupantes. Era un día de diversión en la playa. Momentos de olvido y memoria para el sol, el mar y su horizonte.
«Allí donde un sastre remendaría su tela, donde un calculista hábil corregiría sus errores, donde el artista retocaría su obra maestra todavía imperfecta, la naturaleza prefiere volver a empezar desde la arcilla, desde el caos, y ese derecho es lo que llamamos orden de las cosas» (M. Yourcenar).
El arte aporta sus propias soluciones a conflictos que la política no puede resolver. Pudoroso, excelso y de extraordinaria potencialidad espiritual hizo y hace estallar las últimas resistencias al movimiento.
Hoy cumpliría un siglo. Nació en Brooklyn, Nueva York. Hijo de éxitos de ricos y derrotas de pobres. Notable fruto de las flores del mal y de la Asociación Secreta Italiana oriunda de Sicilia y ramificada en todo el mundo. Culminó la obra de la mafia. Su perfume aroma el comienzo del siglo XXI.
Sobre un mueble de madera y reclinado en la pared se apoya un retrato de El pensador. Se aproxima al tamaño del original y redescubre el homenaje que Rodin rindiera al pensamiento. Dimensión esencial de la experiencia humana.
Amanecía. Se apartaba el estremecimiento.
Urge realizar registros de población, recursos, educación. Desarrollar la medición de la economía y precisar su entorno.
La sociedad incorpora una extraña división. Una creciente e incomensurable muchedumbre humana que perdura de espaldas a su destino como el ganado. Y los otros, los humaneros.
En el respaldar del asiento de enfrente encontré un texto que lleva el título de esta columna, escrito por Luis Alberto Luna Tobar. Alguien lo había extraído del diario Hoy. Su lectura me embargó durante todo el vuelo de Guayaquil a Quito, y pude reconocer otros tiempos en sus palabras. Lo leí como sigue: