Posibilidad del parlamentarismo

En América Latina, el presidencialismo surgió de una lejana visión de sistemas republicanos, sin haber incorporado la experiencia de la reflexión colectiva de los pueblos vernáculos. Se detuvo levemente en la contemplación exterior y mediatizada de procesos de formación nacional europeos y en la mirada sombría sobre la independencia de Estados Unidos.

Al fin se optó por el presidencialismo, ensayo centralizador destinado a forjar naciones a partir de liderazgos que presumían de la inercia –no precisamente de las virtudes- del mando independentista. El carácter heroico y glorioso de la disposición por la Independencia era el contenido y no la forma vacía del aparato estatal que requerían nuestras naciones.

Se forjó un presidencialismo caótico y frecuentemente arbitrario en el quehacer intermitente de la mayoría de Estados Latinoamericanos. Ecuador ha sido uno de esos casos.

En 1976, el presidencialismo alcanzó su mayor obcecación con la instauración del poder especulativo. Bajo el amparo de las Constituciones del 78 y 98, el Congreso fue trasladando atribuciones, decisiones financieras, política monetaria, salarial, presupuestaria, fiscal y más al Ejecutivo. De manera especial, afanes y ocultamientos sobre el endeudamiento y sus consecuencias.

Ese ‘barato’ presidencialismo, frente al ‘tortuoso’ y ‘carísimo’ proceder del legislativo no se reduce a la toma de resoluciones administrativas. La dominación externa cultivó premeditadamente ese presidencialismo para elevar su eficacia hasta los extremos de las mayores tragedias en tres décadas.

La Nación que recupera el Estado y el ejercicio de la soberanía para sus decisiones podría pensar en Congresos-Asambleas que periódicamente reinstauren la voluntad colectiva y que reflejen reales y transcendentes demandas nacionales. Generalmente, estos resultados permanecen en el avance de las masas.

La salida del subdesarrollo también necesita una estructura estatal con mando y control colectivo corresponsable de la administración y el examen mutuo de las funciones del Estado. Una vertiente es la experiencia del parlamentarismo europeo para, con la creatividad que las circunstancias imponen, organizar un parlamentarismo latinoamericano.

Grandes liderazgos individuales de notables aciertos en el continente se erigen sobre la base de vigorosas posiciones colectivas.

Inclusive en las guerras, la ejecución del mando desde la argumentación y decisiones de un conjunto –estados mayores y más evidencias de aportes plurales- han constituido ventajas y aciertos en el desenlace de aquellas conflictividades.

Esto no niega la importancia de la decisión y el liderazgo individual, garantiza mayor vitalidad en el reconocimiento de lo necesario.

El parlamentarismo en Ecuador debe instituir la permanente rendición de cuentas de todas las funciones del Estado y un sistema de partidos responsable política, civil, penal e históricamente.

El parlamentarismo no es la solución sino un medio superior para la voluntad de un pueblo que ha amontonado decenas de siglos en su presente, que se ha estratificado en la desigualdad terminal y que ha soportado la dominación hasta no poder reconocerla.

Al decir de Waldo Frank, Bolívar no llevaba dentro de sí el caos de  América, caos que hoy podemos superar para aproximarnos al sueño del Libertador.

El parlamentarismo sería en nuestra América factor importante en la producción de un nuevo modo de pensar, de relacionarnos con la integración y demandas de la humanidad.


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