La fatal descomposición del aparato administrativo, la degradación del sistema político, económico, ideológico, esa estrategia tan vecina del Plan Colombia, la base de Manta engendran dudas sobre el destino de la nación y el Estado ecuatorianos.
El poder declina. No hay proclamas de guerra ni de victoria. El discurso político pertenece al terreno del miedo.
El desastre del aparato especulativo de la banca arrastró parcialmente a la ideología del poder, al envejecido andamiaje del Estado. Y, no obstante, aún no aparece alternativa.
Los procesos productivos evidencian atraso. Su inmadurez social y política permanece encarcelada en el subdesarrollo donde reina o sufre.
Se quebranta la dominación tradicional y sus instituciones. Emergen oposiciones desconocidas en el seno de la población con intereses sociales frescos. La política de las asociaciones étnicas, aunque algo etnocentrista, reivindica la historia que enfrenta la discriminación social, étnica y cultural. Es la forma primera de ser sujeto histórico y no más objeto.
El poder en Ecuador ha optado por el desastre. Su expresión mas institucionalizada, el PSC, exhibió junto al presidente Mahuad, los mas insensatos renunciamientos a la soberanía. Hoy, el país no tiene capacidad para decidir militarmente, no arbitra «su» política monetaria ni su política internacional. No es contraparte de negociación, es solo la cobertura de «otra» presentación política. La dolarización fue la puesta en circulación de la moneda de otro país, no una política monetaria.
La reunión de los Presidentes de América del Sur (Brasil, 31 de agosto) se preocupó por evitar que se «ecuatorianice» la región. El MERCOSUR advierte que la dolarización «genera obstáculos» de relación.
A la par, sin embargo, la dolarización destruye al viejo poder, el aparato especulativo de la banca tradicional y devora lentamente al sistema político, que termina su ciclo en medio de la bucólica alegría del más ‘post-moderno’ sector empresarial del subdesarrollo.
En 1997, uno de los partidos, el PSC, intuyó que romper con la tradicional política monetaria cuestionaba su propia existencia, por eso condujo al Congreso a rechazar la convertibilidad, en medio de un golpe de Estado. Presentía que ella afectaría la coherencia de sus relaciones bancarias. Con el golpe del 22 de enero de 2000, consolidó la dolarización, porque supuso que siendo el partido dirigente podía mantener su hegemonía.
El sistema político no previó que el conjunto de esas concesiones significasen el desmoronamiento del aparato económico que lo auspiciaba y que en este transcurrir no tendrá mañana. Su pasado pertenece al estancamiento de las fuerzas productivas.
El sistema político renunció a dotar a las Fuerzas Armadas de funciones claras respecto del desarrollo y la historia. Hoy intenta empobrecerlas convirtiéndolas en jaurías dispuestas a la destrucción del «enemigo interno». El soldado ecuatoriano fue debilitado organizativa e ideológicamente y en su orgullo histórico y predispuesto a ser solo fuerza represiva, antidelincuencial o antinarcótica.
En América Latina y Ecuador, las Naciones-Estados que nacieron más como consignas militares que como procesos culturales, dividieron a las culturas vernáculas y generaron desde su origen contradicciones respecto de su existencia. Las guerras gestan, a veces, naciones. Nosotros somos productos también de las guerras de la Independencia, por esto, el premeditado debilitamiento de las Fuerzas Armadas cuestiona la existencia de estas naciones.
Cambiar el sistema político, organizar un Estado parlamentario, reformar el régimen financiero y bancario vinculándolo con la producción, independizar los medios de comunicación de la subordinación a la banca, dar lugar a nuevas ideas, elevar la cultura de las relaciones interétnicas, pensar con sentido práctico el desarrollo de la ciencia y la tecnología, evitar la guerra y optar por la paz fecunda, todo esto es nuestro quehacer.
Cuando está en cuestión una forma de dominación y se confrontan un poder y el pueblo, la historia no cambia de pueblo sino de poder.