La capitulación del poder

Ecuador necesita recuperar orgullo nacional y optimismo histórico. Hoy, no solo está en cuestión la condición de vida del pueblo sino la existencia misma de la nación y el Estado. Por eso, es imprescindible redefinir lo que sucede. No ha cambiado simplemente la política monetaria.

La sustitución del sucre por el dólar será consecuencia de la degradada administración estatal, manejada por una élite embriagada de autoridad, descompuesta en la reproducción del atraso, dispuesta a cualquier capitulación para subsistir no obstante su decadencia.

Es importante destacar la opinión editorial del semanario Líderes, 6 de marzo, 2000, bajo el título La colombianización se cocina aquí mismo: «La tan temida colombianización del país, de la que tanto hablan los líderes políticos y económicos en tanto cóctel o reunión que asisten, no entrará en camión por el Putumayo ni embalada en los cientos de toneladas de cocaína que transitan por el país con sus dineros sucios que corrompen conciencias y pagan vidas ni retoñará a partir de los contactos de los movimientos de izquierda con los jefes guerrilleros de las FARC… No, se está cocinando aquí mismo, en las oficinas de muchos líderes políticos y económicos que llevan años y años haciendo mal la tarea de ayudar a encontrar caminos, atropellando, despilfarrando y abusando al máximo de su poder».

El último año y medio asistimos a una subrepticia cesión de la soberanía. Se encubrió (para no reconocer la derrota) la irresponsabilidad en la fijación de límites con Perú, con la «caballerosa» fórmula de aceptación de «criterios vinculantes».

Se admitió -sin reflexión ni información alguna- la existencia de una base militar que ofende al pueblo, al sentimiento nacional, lesiona a las Fuerzas Armadas y convierte a Ecuador en objetivo militar, sobre lo cual Estados Unidos no asume ninguna obligación.

Se desechó la soberanía monetaria. Se dispuso la «dolarización», en lugar de optar por la convertibilidad que suponía mantener y recuperar las funciones de la moneda nacional, recurso para la incorporación del país al proceso de la economía mundial. Ya no utilizaremos más este instrumento, no nos pertenece.

Una ideología desnutrida acompaña al poder. La «comunidad financiera internacional» y un pequeño sector de la gran prensa convirtieron a Ecuador en «país al que se le paga» (expresión irónica que pertenece al ex canciller Alfonso Barrera). Por el acuerdo fronterizo «pagaron» tres mil millones de dólares, según lo afirmaba el titular de un diario. Por la dolarización, otro titular anuncia: «Van a gestionar para nosotros un préstamo de 900 millones de dólares». Parecería ser una recompensa por el refugio escogido, la dolarización. Esos dólares, si no llegan, no importa. A la prostituida casta dirigente se le paga con titulares de prensa.

Por eso, la rebelión del 21 de enero -pese a todos sus límites- insurgió contra esa infamia y por un sentimiento de orgullo nacional. Este interés ha de proteger la unidad del pueblo con sus Fuerzas Armadas impidiendo que estas sean convertidas en lo que llegaron a ser en el Cono Sur.

El vicioso círculo político, en nombre de su incapacidad para autodisciplinarse, proclamó la sepultura del sucre y creyendo ganar la inmortalidad, resolvió que la circulación monetaria pase a manos de la Reserva Federal, porque «los ecuatorianos (la casta generaliza su incompetencia) ya no podemos manejar nuestra moneda». Siguiendo esa lógica, mañana, cuando ya no puedan gobernar, suplicarán abiertamente que seamos protectorado amparados en la divina unipolaridad militar.

Bajo las condiciones del nuevo orden mundial, la soberanía se modifica como superación en el proceso de globalización. Pero la cesión de soberanía, causada por la decadencia de un aparato de poder ajeno a los intereses históricos de Ecuador, es una degradación, incluso para Estados Unidos, respecto de los cuales los miembros de esta casta solo pueden ser parásitos y, por supuesto, distantes también del desarrollo mundial.

No tenemos porqué disolvernos en nombre de la incapacidad de una élite política y económica ligada al aparato especulativo de la banca y a la enajenación de la gran empresa usufructuaria de migajas estatales.

Si algo necesita el país es reivindicar su condición de nación.