El fin del poder especulativo en Ecuador se manifiesta con el derrumbe de la banca y su representación política. Sus mitos y obsesiones colapsan. Tampoco se formulan ideas que anticipen el futuro inmediato ni son visibles sus líderes. Las actuales formas de organización social del poder y el Estado se han agotado.
El régimen político que decae, cautivo de un aparato especulativo, ha arruinado el país. Para evitar las quiebras bancarias y resarcir a los depositantes con bienes de esos bancos se atentó -en esta fase de la especulación que engendró a la AGD- contra la propiedad privada, se encubrió la exportación del ahorro nacional mediante el congelamiento y desvalorización de los depósitos, se optó por emisiones monetarias fraudulentas y, para colmo, se impuso ese atroz impuesto indirecto y recesivo del 1%. Así, Ecuador ha terminado con índices económicos que hoy son los mas trágicos del «mundo sin guerra».
El costo que paga el pueblo y la nación por la degradación del poder es la pérdida de tiempo histórico, la contracción de la economía, la abyecta sumisión internacional del Estado, la mutilación de intereses del país, «la paz con Perú» adscrita a potenciales acciones bélicas contra Colombia, la conversión de Ecuador en objetivo militar.
La presidencia de Mahuad condensa el daño acumulado de un siglo y contagia al conjunto que lo auspició. Hoy, la voluntad del mando político depende de los acreedores nacionales e internacionales y yace en la banca. Hay grandes presiones por mantenerlo.
El futuro inmediato está hecho de confrontaciones graves, incluso dentro de las armas, las iglesias, los medios de comunicación, los partidos políticos, la administración pública, las relaciones interétnicas, las regiones y la estructura del mismo poder.
Por eso, se afirma que están en proceso tres grandes intenciones: un golpe militar que podría definirse entre posiciones distintas de las Fuerzas Armadas, la sucesión presidencial (no se sabe hacia quien) que además resucita «la camioneta» del 97 (esta vez sin Mahuad), y un cambio de mando organizado desde propósitos empresariales, sindicales, gremiales, étnicos, locales que claman por una utopía, un destino para sí.
Bajo las actuales circunstancias, esta transición no tiene Moisés ni mandamientos, apenas la misma moralina impotente del poder que impugnan, y sin embargo, expresan la necesidad, aunque de escasas posibilidades prácticas. Cuando una sociedad transita de una fase a otra, el magma social engrandece el espíritu. Algo de eso tiende a suceder a los 105 años del movimiento más excelso de Ecuador, la Revolución Liberal.
Esta senil democracia representativa no escucha el clamor de las masas ni advierte el porvenir que la sepulta. El país requiere un estadio superior a aquel que el tiempo y sus actores devoraron. Después de un siglo, se advierte nuevamente la trascendencia de otro individualismo que seguramente precede a otro destino colectivo.
La verdad del anciano régimen se desmorona. La tozudez de los hechos la vuelven innecesaria. Nadie averigua «dónde está la plata» (quedó para la comicidad) ni los 3 mil millones de dólares que entregó el gobierno a la banca, por qué la AGD expropió a los depositantes, por qué se volvieron vinculantes los criterios de los países fuertes para la política de Ecuador. Quizás, simplemente se quiere otro curso, entregar la memoria al futuro, forjar otra ideología, lograr el desarrollo, la justicia.
El individualismo fue luminoso en el Renacimiento, espurio en Sodoma y Gomorra. Hay momentos para cada uno, aunque a veces conviven, cohabitan en el mismo tiempo y escenario. Algo de esto también acontece en Ecuador.
El espíritu colectivo y el individualismo de los sectores mas avanzados de la sociedad abrirán caminos nuevos y forjarán la voluntad creadora con la que los pueblos hacen su existencia. No hay destino mejor ni objetivo más fuerte.
Para el 2000, Ecuador cuenta con una reserva moral, material y social. Se pondrá en marcha.