Colombia se plantea la dimensión completa del conflicto. Hace más de un año la revista Semana (abril, 13-20, 98), publicó en su carátula el título: ¿Nuevo Vietnam? Interrogante que dilucida mucho.
En Estados Unidos, la reflexión mas avanzada en la lucha antidrogas advierte que la represión ha fracasado y reclama otros caminos. Simultáneamente, esa represión manejada política y militarmente se ha convertido en rutina, prejuicio y convencionalismo.
La élite norteamericana no cae en esa reducción.«El New York Times del sábado, aseguró que Washington debe apoyar la reconciliación política y respaldar esfuerzos de desarrollo alternativo, como la sustitución de cultivos en vez de concentrarse en la guerra antidrogas y la simple erradicación» (El Espectador, agosto 3, 99).
En nombre de esta «causa», reducida a creencia, se encubre un curso prebélico. Esta obsesión articula la utilización militar de América Latina.
La droga, recurso económico e ideológico, fantasma y señuelo, puede ser un gran pretexto. Sus dineros se lavan en lavanderías electrónicas de las grandes finanzas rodeadas del gran consumo.
Estados Unidos sí diferencia profundamente guerrilla de narcotráfico. Donnie Marshall, Administrador Encargado de la Agencia para el Control de las Drogas de Estados Unidos afirmó que «la DEA no ha llegado a la conclusión de que las FARC sean narcotraficantes» (El Tiempo, agosto 2, 99).
En Colombia la guerrilla no puede ser derrotada, tal vez, sí asimilada al país total como quieren esas fuerzas. Cuando un ejército necesita del exterior para mantener su jurisdicción, ha perdido autoridad. Si debe ser auxiliado por fuerzas externas, esto significa que se inicia un incendio de difícil control.
Se ausculta la posibilidad de intervención de uniformes latinoamericanos. La rapidez con la cual reaccionó Argentina ha generado preocupaciones mundiales.
Ante la prensa internacional, el asesor presidencial del Perú, Vladimiro Montesinos, describió el programa de intervención multinacional en Colombia: «las Fuerzas Armadas de Perú y Ecuador participarían de dos formas. La primera sería eliminando los frentes de las FARC instalados en terreno de Colombia, pero próximos a las fronteras de ambos países; y la segunda, cooperando en la consolidación de la paz en las áreas de territorio colombiano donde las tropas norteamericanas hayan conseguido expulsar la presencia subversiva». (ABC. Julio 27, 99). Perú ha demostrado celeridad, pese a ser un mojado polvorín.
El siglo XX, repleto de beligerancias, nació ensangrentado y muere sacramentando batallas. A la par, deja enseñanzas sobre los usos de la guerra y la paz.
Ninguna batalla en la historia fue precedida por declaratoria abierta. Las premisas siempre se engalanaron con acuerdos variados, generalmente de paz.
La guerra prueba la trascendencia y continuidad de pueblos, naciones y Estados. Drama mayor de la evolución, donde se tensan hasta el límite las potencialidades del ser humano. Por eso, de las contiendas han nacido los grandes saltos, también las insondables tragedias.
Para Ecuador, en este momento, una prueba de esa naturaleza significa destrucción. Los Garantes del Protocolo de Río (o algunos de ellos) posiblemente impusieron una solución al conflicto territorial con Perú, para predisponer al país a la potencial «pacificación» en el Norte.
Este proceso podría cuestionar la existencia de Ecuador si llegara a emplear su territorio como espacio logístico, táctico. La coreografía de este Apocalipsis cuenta con la descomposición y abulia de la casta dirigente, la decadencia del Estado y sus funciones, la degradación de la economía y el enorme potencial de enfrentamiento social.
La dimensión de este drama cuestiona toda nuestra experiencia. McCaffrey informa: «venimos a Ecuador después de 2.000 vuelos militares». Y los mandatarios callan. ¿Acaso son prisioneros del miedo? ¿O les duele el destino que los enmudece y encierra?
Las armas norteamericanas no necesitan de Ecuador para bombardear a Colombia. Pueden hacerlo desde cualquier lugar del planeta sin necesidad de nadie. Su presencia aquí es para construir una fuerza multinacional y el Ecuador tiene el papel de acompañante.
La ruptura no es entre los buenos, América, y los malos, la guerrilla. Si fuera así, sería fácil. La hostilidad contra Colombia, podría desatar la conflagración en toda la región. No existe palmo de tierra en América Latina que no tenga hombres convertidos en pólvora.
La experiencia condensada de los pueblos se expresó en grandes principios de las Naciones Unidas: No intervención y libre determinación de las naciones. Esa tiene que ser la declaración de Ecuador. La formación y práctica castrense deben proteger la paz y evitar su rompimiento.
No declaremos la guerra a la guerrilla ni al ejército colombiano. No declaremos la guerra a Colombia. Andrés Pastrana y Manuel Marulanda son nombres de fuerzas realmente contrarias en el seno de una nación hecha por la Historia. Y, sin embargo, pueden unirse o guerrear y negociar sin traicionar a Colombia. Sin el «auxilio» guerrero de terceros.
Planteemos a Estados Unidos, donde se encuentra lo mas avanzado de la ciencia y la técnica que impulsan un nuevo estadio de progreso, que la verdadera voluntad de paz exige reconsiderar y replantear el problema de las drogas y la cuestión militar, en relación con el derecho de Colombia a resolver su problema con sus propias fuerzas y medios. La unidad y las diferencias de América lo requieren.
Hacer de los Andes un Vietnam tal vez ofrecería otra victoria de las armas a la superpotencia. Y dejaría en la memoria un explosivo dolor universal.