Después de grandes utopías germinan momentos de pausa; lo abundante es su proximidad a creencias que se suponen al margen de la afirmación social, momentos que manifiestan su real existencia y pronto corrigen esa convicción como un simple y transitorio deseo.
Los siglos XIX y XX crearon importantes concepciones sobre la presencia y el devenir del avanzado capitalismo. Aunque, casi simultáneamente, a poco de afirmarse una relación social se negaba en nombre de otro destino que no alcanzaba a ser, se demoró en enfrentar argumentos que no de las palabras sino de hechos. Así se ha generado o regenerado el movimiento social al desatar palabras o al suprimirlas.
Pocos momentos del pasado optaron por esos instantes en que el argumento sobre el destino es exclusivamente el silencio. En esta segunda década del siglo XXI (2016) han muerto nociones que se las entendía inmediatas, en algunos casos, exhibieron convicciones de esas dimensiones en el siglo XX y se afirmaron ya en las primeras décadas del siglo XXI.
Durante el siglo XX se supuso estar al borde de una ilusoria convicción: un día llegará en que aparezca otra organización social que supere la abismal diferencia de clases, o al menos se logre la aproximación entre ellas.
El siglo XX ofreció la ilusión del socialismo. De alguna manera, la revolución bolchevique articuló el fin de un terrible atraso y el comienzo de una vigorosa utopía que surgió con esa extraordinaria insurrección que se dio por parte del pueblo ruso, casi desde comienzos del siglo XX, que se glorificó con la victoria del año 1917, desde una reflexión sobre una expectativa cargada de la ética propia de tales transformaciones que fue cuando Vladimir Ilich Lenin creyó que ese andar revolucionario del pueblo ruso sería el comienzo de otro destino, meta de un azar imaginado.
Desde entonces, el “socialismo” sería nombre de una política social o de Estado como sucedió en diversas colectividades del mundo. No eran todavía sino nombres, porque la construcción predecía reducir al mínimo la división de clases y sus diferencias y la convergencia de demandas en territorios próximos e incluso en el planeta mismo.
La división social de clases que se suponía sería superada con el traslado de las relaciones de propiedad al Estado se convirtió en parte de un presente e incluso se conjeturaba una lejanía en una sociedad sin clases, posible desde las victorias que marcharían permanentemente hacia lo venidero.
Tanta ilusión referida al mañana creó un lenguaje que incrementaba la ilusión del mañana socialista, mas aún si había sociedades en las cuales la organización estatal se conducía por convicción y por necesidad; se afirmaba ese andar hacia otro tiempo que había sido dicho ya en el siglo XIX: la construcción socialista.
Esa poderosa insurrección social en el seno del pueblo ruso estalló como una tempestuosa pasión que rodeó al planeta e intensos momentos del siglo XX, y luego había comenzado a cambiar desde 1989, duró hasta que se iniciara la agonía y reconocimiento del fin, en el mes de enero de 1991.
Entonces se modificó la comprensión de la historia. De lo vivido a partir del año 1917 hasta ese enero de 1991, en que concluyó incluso la denominación socialista, que se atribuía para Rusia y algunos países europeos denominados tales; simultáneamente, se elevó como un extraordinario andar de ideas en la atmosfera de la Tierra.
En enero de ese año 91, la URSS dejó de ser tal y volvió a ser Rusia, mas otros momentos con los que incrementó su edad, siglos que enriquecieron a ese pueblo de manera notable.
Bajó hasta el silencio un “ulterior supuesto”, la sociedad sin clases… Dejaría de nombrarse aunque de permanencia ineludible en este largo presente por venir o en la potencial mutación de formas sociales que un avanzado día podría reconstruir.
La sociedad sin clases no sería posible aún, no solo por la imposibilitad de las transformaciones previstas, sino porque esta división en clases tenía dimensiones distintas, reclamos menores, presencia ineludible de su existencia, cuestionamiento del pensamiento revolucionario de dos siglos, XIX y XX, en los que a pesar de estas leves descripciones, la humanidad se sumergió en silencios políticos sobre la naturaleza de las clases y la presencia de las poderosas que devenían reordenadoras del destino, mejorando el presente y admitiendo que la división de la sociedad se convertiría en parte permanente de este presente y posiblemente de la fortuna cercana.
La noción del socialismo declinó a ser expuesta como comprensión del porvenir, si no, anhelo o sino inevitable de algún supuesto distante del mañana que terminaría siendo el mismo ayer sin la convicción o sin la memoria del mismo anhelo equívoco, no derrotado, simplemente inexistente en el movimiento social y las palabras que reconocían su curso.
Desde ese enero del 91 se advirtió que el presente producido o iniciado a mediados del siglo XIX, para esta segunda década del siglo XXI, había generado las perspectivas e ilusiones que en esta década se sepultan, en un mundo que no podía ser previsto pero si advertido de la potencialidad de una división social que avanzó en su conjunto, hasta constituir una visión y simultáneamente una intuición sobre los pueblos del planeta que encontraron relaciones de producción únicas en diversos grados de evolución y de un porvenir que ofrecía recuperar la objetividad material de lo que se forjó y fue negado en el mismo siglo XX.
Cabría entonces incorporar las interrogantes que la sociedad murmura, decir, por ejemplo, la división de clases resulta aún ineludible. El pensamiento político de cada una de ellas en su diferencia es parte del juego histórico y posiblemente de la posteridad.
Las aspiraciones del futuro socialista cederían el paso a las demandas imperativas del presente que recreaban o se recreaban en las mismas condiciones que lo hacen las clases y que configuran la comprensión del porvenir individual o colectivo.
La realidad es que nunca alcanzó a existir un modelo de producción posterior al capitalismo. Su no ser parece algo mas trascendente. Agoniza un discernimiento sobre la historia que nos impone volver a comprender su irrealidad pretérita y su potencialidad presente. Y, simultáneamente, advertir que las nociones del socialismo del siglo XX fueron ilusorios presentes e imaginarios destinos para coadyuvar a que se recobre la objetividad, advertir que en la evolución del pensamiento es correspondiente a la vida de individuos, colectividades, masas y pueblos que la conforman, y que crecen, se multiplican y mueren mientras son reemplazadas por el ascenso de otros tiempos y que se recrean vacíos de mañanas inmediatos desde el actual que apenas podemos observar y aún no pensar.
Quizás, no nos corresponde criticar un porvenir, pues este tiempo recrea lo mismo estructural y socialmente, porque en su inmediatez es el mismo sistema de hoy que crece. Nos corresponde analizar lo vinculado a un tiempo que integra masas de esta segunda década del siglo XXI que convierte al pensamiento de tales masas en fuerza capaz de asir el presente que contiene el mismo mañana.
El vigor que tiene el sistema capitalista trasciende los límites precedentes y exhibe como devenir su realidad, que cubre la misma organización planetaria. Esta dimensión aún está lejos de establecer los vínculos que requiere el mañana diverso ante las exclusivas relaciones de clases que, en medio de su diversidad, son las que han constituido la evolución del ser humano como especie y como organización familiar, social, económica y estatal, en su tránsito hasta hoy.
El socialismo fue nombre de políticas de Estado y no la organización de una sociedad ni el movimiento hacia un imaginario destino.
En síntesis, la sociedad sin clases se mostró no posible en el presente y en el inmediato mañana. La división social que se pensaba sería superada se convierte en un inmutable y prolongado presente.
La previsión de la sociedad sin clases ha dejado de ser, posiblemente porque no es posible aún, quizá porque la potencialidad de redivisión social en formas diversas a las de las clases y quizás mas aún diferenciadas de las que conocemos es posible que conformen un mañana que no jugaría a vaticinar.