El invierno nórdico nos ofrece, entre copos de nieve, la aparición espontánea de un bonachón repartidor de bienes. Con los años, que ya suman siglos, perdió soledad. Ahora está rodeado de afanes mercantiles, en principio débiles y luego poderosos hacedores mágicos del espíritu regalón en el planeta. Acá, pocas cumbres y volcanes se congelan. El algodón y un árbol muerto simulan ese invierno.
El mercado sobresale en estos milenios. Ha sobrevivido a guerras, gobiernos, aciertos y desaciertos de reyes y jefes. Al fin, cada año durante varios días se junta con el mago del norte. Juntos exhiben generosas bienaventuranzas, hechizos, bondades, fantasías, mitos, cábalas. Quisieran prolongarse el año entero.
El Panteón, donde antaño se reunían los dioses del Olimpo, en la actualidad tiene un escenario mas cómodo y extenso, el mercado. Nueva iglesia en la que caben todas las iglesias. Ninguna de un solo dios. El mercado es el Panteón moderno.
La posmoderna devoción incorpora la compra-venta del azar, dación de suerte y la pequeñita voluntad divina. La mercadolatría de altura viste siempre de papeles fiduciarios y de caritativa propensión al consumo de algún dios abandonado. Potencialmente realiza lo que se ansía pedir, obtener, conquistar o aproximar al sueño.
Cuando el dinero se va, queda únicamente la eficacia del mercado, cuyas fuerzas cambian todas las cosas. Cerca o a distancia, los dioses reaniman su nostalgia ante esa omnipresencia.
No contempla valores excepto el precio. Lo que por él ingresa, egresa virtuosamente. Nada hay que al cruzarlo conserve la inocencia. Los productos del trabajo y los de la violencia abundan, pero son mas y aun mas crecientes los que ofrecen menos esfuerzo: la depredación de la vida y de la naturaleza. Irrecuperable desperdicio oculto en la inmensidad del intercambio.
Un vigoroso Saturno se alimenta de esa existencia y la contamina. Plantas, animales, bosques, ríos, océanos agonizan sin resurrección posible.
Dicen que al destino lo pauta la producción, que en el trueque nada es malo. Lo integra lo mas excelso del trabajo. El mercado también fue niño y creció hasta ser dios de todos los dioses. Acreedor de la devoción mayor.
A comienzos del siglo XXI ha sido acusado (por la vida que se va) de corresponsable de esa destrucción, del fin de muchas especies, de cambiar monedas por bosques primarios que dejan de ser hogar, también del ser humano.
El mercado carece de vida que obsequiar, posee un símil con las armas, las drogas y la riqueza ficticia. Opera como ellas. Cuando cumple su misión se torna invisible, como si nunca hubiese existido. Se vuelve innombrable.
Al fin, todos los dioses conocidos y los que vendrán han encontrado en el mercado su irreversible y verdadero templo.
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* Panteón. Templo que los griegos y los romanos consagraban a todos sus dioses.