Hace mas de un año el gobierno aseguraba su costosa estabilidad con el Partido Social Cristiano que constantemente esgrimía el Tribunal Constitucional, el Ministerio Fiscal o las cortes si no se aceptaban sus pedidos. Un reflejo condicionado garantizaba respuestas favorables. No obstante, bajo la turbulenta superficie existía una amplia y verdadera identidad.
Ahora, las aguas que movían el molino de esas ventajas pasaron y con ellas un sector dirigente del PSC se ubicó en la oposición predispuesta a la destitución del gobierno. A pesar de que aún habrían podido compartir la resolución del caso Oxy, la firma del acta de impunidad ante la Corte Penal Internacional, el fin del petróleo, la recurrente Carta de Intención, la ideología fantasmal de la guerra del siglo XXI, la solicitada intervención en una fuerza multilateral y demás recaudos y comprensiones del poder real que imperceptiblemente se distancia de su antigua representación.
Bastaba la alianza con Izquierda Democrática, Pachakutik y la acusación de corrupción para derrocar al gobierno y continuar con alguna de las variantes de la intocable política. Era y había sido fácil. Todo falló.
El gobierno –que escuchó las proclamas de apoyo externo– optó por probadas técnicas reconductoras de la voluntad individual, a las que sumó el simbólico y popular cobro de deudas a la familia Febres Cordero, y accedió en el Congreso a conformar una mayoría circunstancial orientada a disociar el control socialcristiano sobre el aparato estatal.
La mayor parte de esta mayoría no posee la identidad política que el gobierno protege en su opositor mas beligerante. Tanto la oposición oficial como la mayoría parlamentaria (de numerosos opositores no oficiales) contienen diferencias acentuadas y debilidades trágicas. Hasta este momento ninguna de las dos alineaciones ha planteado el sentido real de sus trincheras en las respectivas alianzas. Sin embargo, el juicio político al gobierno o un plebiscito sobre su permanencia hubiese sido posible, aunque no por la paupérrima causalidad que se invocó.
Si la pérdida de dignidad y soberanía llegase a ser cuestionada, tendrían que reordenarse y mutar fuerzas y alianzas.
Es mas difícil cambiar la continuidad del Fondo de Estabilización, Inversión Social y Productiva y Reducción del Endeudamiento Público (FEIREP), la política exterior, el tiempo de permanencia de la base de Manta, la dolarización, los problemas no arancelarios del TLC antes que instituciones o presidentes de la República.
Al parecer, los hegemónicos intereses extranjeros en Ecuador se sienten mas cómodos con nuevas generaciones que representen lo mismo, menos prevalidas del control del Estado, dispuestas a ensayar reformas de distracción y mas sujetas a la obediencia global.
El tiempo también resuelve.
El anciano régimen político se descompone mientras crece la incertidumbre.