George W. Bush, auge y decadencia del terror

“Viaje turístico” que “no aportó nada a Latino América”, fueron reproches de la mayoría de medios impresos en Estados Unidos. Para completar se rumoreaba, “perseguido por el fantasma de Chávez”.

Se cumplió el propósito, exhibir preocupación por América Latina. Si la medida es el tiempo a ella consagrado, entonces no supera el uno por diez mil de horas gastadas en regiones de mayor conmoción.G.W. Bush fue resguardado de las protestas y aislado de los conglomerados. La seguridad minimizó su gran desconfianza en los anfitriones.

El presidente Bush fue impermeabilizado. Las aprehensiones del gobierno que preside son pavorosas, se vinculan a su responsabilidad.

En cuatro años, la invasión a Irak convirtió a este país en signo que maldice la política imperial llevada al extremo por el Partido Republicano y conjuntamente con el trío Bush, Blair, Aznar, por haber mentido para desatar uno de los más devastadores y usurpadores asaltos.

La fatalidad de esa invasión ha contribuido a que la OTAN se extienda al Medio Oriente, el Asia Central y países de Europa del Este.

Se suma el vaciamiento de los principios que crearon las Naciones Unidas. Su deterioro reedita caracteres de sus peores momentos, a pesar de la bipolaridad de entonces. El derecho internacional ha perdido fuerza moral, la única que tenía. El objetivo de un nuevo orden económico se ha convertido en temores globales.

Drogas, terrorismo, delitos transnacionales constituyen un triángulo de espanto que suprimió las demandas del desarrollo. El G7, que a veces se vuelve G8, se ensimismó.

La unipolaridad militar se engalanó y vistió de pensamiento único.

Se gestaron cambios no previstos en la periferia global. La resistencia de la nación iraquí tiene dimensiones sobrecogedoras. La Casa Blanca no contabiliza daños iraquíes, todo se asume como simple democratización en marcha. Las organizaciones humanitarias calculan 650.000 iraquíes muertos. La insurgencia acusa de millones de crímenes. Un consenso imputa cuatro millones de desplazados y aún mas mutilados, huérfanos y desamparados. Son despojos de cifras horrendas.

Estados Unidos destruyó el Estado iraquí y deja tras su presencia una guerra civil entre quienes colaboraron con la invasión y quienes la resisten. La forma o disfraz de ese fratricidio, “violencia sectaria” -así se la oculta- entre chiítas y sunitas, es otra manera de desconocer la causalidad y el conflicto real.

En América Latina, Bush no habló de Irak. Se detuvo en la abstracción del terror y sus variantes, combinado con drogas y algo de combustibles etílicos –para lo cual no comprometió supresión de aranceles-. Así armó el ramillete de su pasarela por Latino América.

A Bush no le importa el reproche de esta región, pero sí haber percibido que aliados y subordinados latinoamericanos -la mayoría de ellos en oposición a gobiernos que generalmente menosprecia- se encuentran en franca decadencia y degradación.

El presidente G. W. Bush es evidentemente el comienzo del fin de una política.