Trueque: porvenir por TLC

Los programas (promesas, dice el sentido común) valen menos que los pequeños pasos, creaciones, inventos o avances de la técnica. Por mínimos que éstos sean, involucran la totalidad social y, a largo plazo, a la especie y sus relaciones.

De la conquista española y el choque de niveles históricos distintos persistió una huella, el cambio de oro por espejos.

En estos días ese intercambio desigual queda atrás. Ha crecido la brecha tecnológica y ahora es posible premeditar el cambio del porvenir por papeles.

Nos ofrecen unos dólares mas por aceptar una condición colateral del TLC inscrita en el hasta ahora artículo No. 8 de la negociación: «Cada país que va a firmar el Tratado de Libre Comercio deberá permitir las patentes para las siguientes dimensiones: plantas, animales, procedimientos diagnósticos terapéuticos, quirúrgicos para el tratamiento de humanos y animales».

El significado de tan igualitaria cláusula es la usurpación paulatina del potencial científico y tecnológico en cada jurisdicción andina.

Nos aseguran que ganarán mas quienes comercien a la sombra del TLC y hayan aceptado permitir que se patenten procedimientos tecnológicos –en macro y micro biología–, descubrimientos e inventos en flora, fauna y especie humana. Basta firmar el acuerdo. El único dueño a priori es EEUU. Dicta las normas de protección de la información sobre sus “creaciones”.

Patentes reservadas y preasignadas, concedidas previamente, antes del invento o descubrimiento, son extraídas de nuestro mañana que podríamos no suponerlo tan atrasado como el presente.

La humanidad “avanza” a intervenir y perturbar la condición biológica, centro motriz de un desarrollo de ficción.

La dimensión biológica aún está al margen de la consideración superior que hará la humanidad desde una experiencia que no es posible prever.

Mientras tanto, se nos impone una capitis diminutio, una rendición incondicional: renunciar al conocimiento y sus beneficios. Negar la jurisdicción sobre macro y micro biología, referentes esenciales del desarrollo tecnológico y de procesos productivos en la etapa pos industrial. Monopolizar aspectos determinantes de este latente desarrollo es despojo esencial. Nunca fue necesario patentar pájaros para producir aviones.

La presencia en el Estado de enajenados dirigentes, de negociadores sin datos suficientes y fuera de la continuidad del exigente curso de marcas y patentes, facilitará la firma que abisma la derrota nacional con la pretendida rapidez bilateral. El Congreso que debe aprobar o negar la capitulación no debería actuar como lo hizo con el Convenio de Promoción y Protección de Inversiones, el territorio, la base de Manta, la dolarización.

Bajo estas condiciones, el “acuerdo” es un crimen. Es trocar una caja de camarones, flores, palmito, cacao, café, banano, maderas, petróleo, minerales, textiles y artesanías pobres, mercancías exóticas y algunos seres biológicos de experimentación, a cambio del porvenir de este país y sus habitantes.

Aún podríamos evitarlo si Ecuador logra imponer que se atienda al Convenio sobre Diversidad Biológica de 1993, las Directivas de Bonn, 2002, y la Estrategia Regional de Biodiversidad.

Los Estados andinos llamados al TLC asisten en el peor momento de la historia de estas naciones. Sus gobiernos son abyectamente súbditos del Estado norteamericano.

Ecuador no espera nada del gobierno. Podría firmar el TLC de igual manera que firma las Cartas de Intención, la mayoría de contratos petroleros o un nuevo endeudamiento.

La infamia mayor es la condición de ese ensombrecido Artículo 8 que será readecuado probablemente a ambiguas lecturas.

En cualquier caso, la nación debe ponerse de pie.


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