Signos, imágenes y actos de fe han aproximado o distanciado al ser humano del reconocimiento de su práctica.
El mundo de hoy se inaugura con la proclama de universalización de conocimientos. Ofrece al espíritu celdas hechas de símbolos y barrotes frescos de enclaustramiento imperceptible. La subjetividad colectiva está premeditadamente producida. El objetivo, uno solo: arrebañar la especie. Tiene éxito. Gran parte de la humanidad no puede saltar de la representación al hecho.
Prevalecen las dificultades de comprensión de la naturaleza social cuando la política deja de ser nacional e internacional y se convierte en expresión subordinada de la transnacionalización de intereses bélicos.
El discernimiento político –incluso la “razón” de Estado-, reducido a una casi-moral, desaparece en ausencia de referentes en los intereses nacionales y en factores de progreso de la globalización. Su lugar lo ocupan poderosas generalizaciones ambiguas capaces de obnubilar, estigmatizar y reducir a la impotencia al individuo y colectividades, ante la azuzada ferocidad del desequilibrio emocional prefabricado.
La mayoría de Estados latinoamericanos está sumergida en el aturdimiento e irreflexión sobre componentes de la política mundial: lucha contra drogas, terrorismo y corrupción. Trinidad hecha de palabras recurrentes, impostura de consignas pronunciadas supersticiosamente, cualidad de una seudo democracia que sacraliza la reproducción de lo que impugna.
Los últimos espectáculos de nuestra política distraen y quebrantan elementales preocupaciones acerca de la distribución de la riqueza, producción, educación, ciencia, técnica, organización social, evolución poblacional, administración, problemas nacionales, regionales, globales.
Las pasiones inducidas, el murmullo, bullicio y entendimiento están al servicio de la tríada y sus posibles combinaciones.
Cuando el Presidente de Ecuador reclamó al de Colombia por expresiones desafortunadas sobre la “corrupción” de algunos miembros de las Fuerzas Armadas que supuestamente habrían transferido el cohete Law a un grupo irregular, se estremeció “la seguridad de la región” que consiste en ofrecer continuidad al Plan Colombia, estrategia militar de la subregión, receptáculo de una potencial fuerza multinacional de intervención.
El alejamiento entre los dos Jefes de Estado posponía objetivos tácticos del Plan. La escena de la disputa no estaba en las previsiones.
En el tablado de ese acontecimiento se anunció el “feliz hallazgo” de una banda de presuntos narcotraficantes, cuyo cabecilla habría actuado en el proceso electoral que ungió al binomio Gutiérrez-Palacio.
El suceso catalizó el objetivo central del espectáculo: restablecer el puente de los distanciados Jefes de Estado.
Simultáneamente, el caso resquebrajó la deteriorada autoridad del gobierno y lo sumergió en la búsqueda de estabilidad en declinantes palancas autoras y coautoras del desastre de la población, la economía y el Estado, al ceder lo que se cede en una capitulación incondicional, todo.
Aún queda el porvenir que, esta vez, deberá suprimir la doblez entre la palabra oficial y su práctica real para crear el ánimo de masas correspondiente a la siguiente fase del conflicto bélico en la región.
Ecuador está entrampado en ofuscados predicamentos contra la corrupción que esfuman toda noción de política nacional, espacio que llena la “progresista” y “humanitaria” política mundial. El Estado ha sido conducido a una situación de capititis disminutio, incapaz de tener presencia en los destinos de la nación.
Uribe y los intereses a los que sirve, en lugar de una acusación política, levantaron una inculpación moral con el objetivo de involucrar en su política a las Fuerzas Armadas ecuatorianas para que, una vez arrepentidas, pudiesen enmendar. Contenido único del impasse. No, el origen del cohete, cualquiera sea el productor, comerciante o intermediario.
Al cohete mudo se suma un inculpado que habla. El reo imputado posee autonomía. Complica conductas o realiza insinuaciones implicatorias, según a quienes sirvió, de quienes es amigo y de quienes no.
Sacar a César Fernández del sombrero global para imputárselo al gobierno ecuatoriano tenía un objetivo que supera en mucho al combate contra las drogas. Doblegar al gobierno hasta imponerle expiar, no su culpa –que no la tiene- sino la figura con el fin de multiplicar los síes lanzados al abismo de la política económica, militar, de integración al Plan Colombia y sus fabricantes.
La estabilidad del gobierno tiene el precio más alto, el dilema que el poder plantea: Plan Colombia o inestabilidad total. En cualquier caso, no habrá rectificaciones. Este porvenir es el presente.
La estrategia de la ideología juega como el timbero con tres tapas de botella. Oculta y muestra una bolita -la seguridad, dice- y pregunta ¿dónde está? Persuade y obliga a los concurrentes a apostar hasta la vida. Los signos con los que se encubre la seguridad global o regional pasan de una mano a otra, pero cuando una tapa se levanta, ni el globo ni la región están. Y se paga y repaga por la fascinante seguridad.
Se diría que se premeditó la fusión de quehaceres equívocos y criminales en el momento propicio para imponer una inconfesable presión a un gobierno que prometió una política distinta.
La droga –como la corrupción y el terrorismo- no es solo un gran negocio ni causa de combate que entrampa en una ideología inútil a algunos Estados, también puede ser usada en la manipulación de la subjetividad colectiva y de los mandatarios.