Conocernos requiere medirnos a nosotros mismos. El Censo era imprescindible, pero esta medición se mezcló desgraciadamente con objetivos pequeños y equívocos profundos.
La interrogante sobre la autoconsideración étnica está destinada a forjar argumentos para los prejuicios dominantes, de los cuales también partió.
La discriminación y el racismo están interiorizados en amplios sectores de la población. La recelosa declaración sobre la pertenencia étnica denuncia el tamaño del temor y la discriminación, más aún cuando coinciden con los sectores sociales del subsuelo. En este aspecto, además, la boleta censal oculta la esterilidad de la búsqueda supuesta de magnitudes de indios, negros, mulatos, blancos, mestizos.
Así fue la aritmética racista en la Europa del siglo pasado.
Esa cuantificación destila y hace resurgir la segregación. Es la función de esas magnitudes. Una concepción no menos racista atraviesa la espontánea definición de mestizaje. Los blanco-mestizos no se imaginan a sí mismos como indio-mestizos, menos aún como afro-ecuatorianos por cromáticas razones. Por este sendero estalla el choque de opiniones inútiles.
La pregunta evidenció propósitos y límites ideológicos que podrían desatar confrontaciones tardías en la población ecuatoriana.
La igualdad de las etnias supone enfrentar los problemas sociales y las diferencias que hacen la riqueza cultural de Ecuador.
El Censo permaneció encerrado en las argucias y orientación política del sector que ha predominado durante las últimas décadas.
Ecuador no ha cambiado de poder ni lo hará en el corto plazo. Su estructura se mantendrá y, por tanto, seguirán los mismos sectores en las disputas de distribución de representantes, asignaciones y recursos a nivel regional y nacional.
El problema social no será planteado, porque esta estructura de poder es todavía hegemónica, exitosa y no requiere de esa “cuestión social” para seguir.
Por otra parte, el Censo desperdició esta oportunidad para informar de la ubicación poblacional en la producción y sus ramas.
La redistribución progresiva del ingreso se alcanza desde modificaciones en la esfera de la producción. La “estabilidad” que hoy exhibe Ecuador en la circulación del dólar no significa superar el estancamiento ni desarrollar fuerzas productivas. El crecimiento del PIB se calcula desde las ilusiones generadas por las inversiones presuntas en el oleoducto de crudos pesados y las privatizaciones. Lo que no aumenta un ápice el desarrollo del país.
Es muy importante que Ecuador trate de precisar sus magnitudes sin reducirlas a las que exigen las disputas regionales y las del seno del poder. Un Estado es sobre todo representación de intereses sociales diversos, que también deben medirse, no únicamente cantidades regionales con fines excluyentes como sucede en algunos momentos de la vida nacional.
Aunque Ecuador atraviesa esta circunstancia, los datos del Censo proporcionarán referentes cuantitativos de lo que sucede en la población y el tamaño de la impotencia social frente al poder.