Guerra para reordenamiento mundial aún huele a gas y petróleo

La guerra del Golfo se inició con George Bush-padre y continúa con los movimientos militares ordenados por Bush-hijo. El espíritu de esta guerra es terminar con el mal, el terrorismo, rostro de tantas maldades. También gas y petróleo se transforman en terror.

Estados Unidos recupera el complejo militar industrial como fuerza motriz de su economía. Hay modificación en las fuerzas que convulsionan y desatan el proceso económico y político norteamericano. La llamada crisis es, en rigor, el tránsito de ese motor hacia lo militar. En las bolsas de valores, las acciones de la defensa y las armas están al alza.

Cuando se suponía que el Estado tenía que reducir su función en la economía, Estados Unidos la aumenta al extremo que se habla de un subrepticio regreso al keynesianismo.

Las guerras son siempre distintas. Sin embargo, esta tiene algo de la Segunda Guerra Mundial.

Aunque Alemania fue derrotada en mayo de 1945, la guerra continuó por otros medios y con otras certezas entre los aliados, la guerra fría, en la cual se extinguió la Unión Soviética. Los gastos militares sepultaron las posibilidades económicas de esa Unión que concluyó en diciembre de 1991. Alemania reunificada afirmaba lo que algunas paredes de Rusia comprendían: ha terminado la Segunda Guerra Mundial. 1991 completó a 1989 cuando se anunciara el nacimiento del nuevo orden internacional, la emergencia de otra economía -la mundial, distinta de la internacional- y la soledad de una superpotencia que se deshiela lentamente.

La unipolaridad militar norteamericana subordina a la globalización y le impone un curso de sometimiento como único mecanismo de alcanzar “el mundo”.

La guerra del Golfo impuso a Irak una zona desmilitarizada en su territorio, recreó el Estado de Kuwait como otra guardianía del Medio Oriente para proteger vínculos e intereses de grandes potencias. Reorientó o restableció élites en pos de recursos hidrocarburíferos. El triunfo norteamericano fue total aunque no final.

Ese triunfo y la derrota árabe se convirtieron en antecedentes sospechosos de gestar ánimos terroristas tan dramáticos como la destrucción de un edificio en Oklahoma y mas tarde la demolición de las torres del Wall Trade Center y el desmoronamiento de un ala del Pentágono. Atentados que tratándose de símbolos han afectado histórica, psicológica y fantasmagóricamente al Estado norteamericano.

La lucha contra el terrorismo anunciada por el presidente George W. Bush inaugura una complejísima intencionalidad bélica, la primera guerra del siglo XXI, continuación de la del Golfo (1991).

La administración norteamericana aspira, bajo los efectos del atentado del 11 de septiembre, reordenar el planeta según la política de la superpotencia, los “tableros” continentales, el calendario histórico de los otros y la geoestrategia de la nueva clase de hegemonía.

Esta transición marca también a la globalización que no ha logrado desmoronar todo el pasado.

Los Estados del mundo desarrollado no están perdiendo soberanía ni sentimientos nacionales. No obstante, esos actores de la historia, G-7 o G-8, educan a los países mas atrasados en la forma rápida de globalizarse, disolverse.

Han pasado solo unos meses del nuevo siglo. Quedan 99 años por venir para esta guerra que, según la administración norteamericana, recién comienza y que cabría precisar, continúa desde 1991.