Ecuador transita lo que ya transitó. Reedita la voracidad del último período. Subsiste la peor tradición del poder y todo el poder de esa tradición.
La Constitución sigue siendo el arbitrio de las fuerzas dominantes. La soberanía nacional está en manos de la verborragia de sus traficantes.
La dolarización es el nombre de la auto salvación de la autoridad especulativa y de una política monetaria que oculta rivalidades económicas y políticas.
La estafa mayor de la historia republicana, la expropiación del ahorro nacional y el encubrimiento de su usurpación por un grupo gansteril y mafioso de la banca perdura en el recongelamiento y la entrega parcial de depósitos.
Se yergue la hipocresía respecto de la rebelión del 21 de enero, de la actuación de la comunidad financiera internacional que desconfió de los mandatarios ecuatorianos. Los ojos se cierran ante el Departamento del Tesoro norteamericano que no permitió la entrega de un centavo para el presidente que se mantuvo de rodillas y a su plena disposición.
En la sucesión persevera la reproducción parcial de la misma casta política, se disimula el significado de nuevas potencias sociales. Ya no se trata solo del movimiento obrero, disminuido y aislado por el cambio del curso de la historia universal, sino de la marginalidad social y étnica.
Se crispan las relaciones interétnicas.
La fe en la familia alimenta la moralina de la anticorrupción.
Los descompuestos partidos políticos del poder, principalmente el PSC y la DP, se agotan ostensiblemente ante los ojos del electorado en sus inagotables tribunas, los grandes medios de comunicación colectiva.
Algunos micro imperios de la prensa se exhiben estrechamente comprometidos e involucrados con la descomposición del enmohecido sistema.
La debilidad de las alternativas garantiza la conservación del pasado.
Ecuador entero, el Estado y sus funciones se muestran entregados a un mando dispuesto a la sumisión, en un reclinatorio que lo suponen del tamaño del territorio.
Las élites empresariales, dispuestas a la autocracia y a cualquier ganancia, arriesgan todo a los cambios que dan continuidad a lo mismo.
Las élites gremiales y sindicales buscan la seguridad en el refugio de moribundos axiomas convertidos en dogmas y en adaptadas demandas contra el putrefacto régimen.
Las grandes masas, sin brújula ni otra alianza que la soledad, deambulan en el desierto de la miseria. La marginalidad de todas las clases carece de esperanzas y mañanas.
Todos los cambios se marchitan de inmediato y el poder decadente solo parece dispuesto a esta sostenida marcha fúnebre.
Alguna vez Walt Withman, egregio ser humano, pidió perdón por haber vivido demasiado. Qué podríamos decir de la presencia de un poder cuya demasía se ha convertido en continuación fatal para la nación y el pueblo.