Cada vez que una época expira se cree que purga por falta de moral… Y es que concluye primero en el ánimo colectivo. Su descomposición sumerge a los hombres en la superstición, el fanatismo, la caza de brujas, los tribunales del crimen: fuentes refulgentes y simulacros de continuidad de los poderosos que se van.
El Ecuador entero transita por el ocaso de una época que se inició con su Independencia. Jamás conoció el cenit a causa del subdesarrollo y ahora declina sin haberse elevado en medio de la ruina social, el retraso económico, el caos organizativo, la insipiencia cultural y la degradación política. Aún no prevé ni toma conciencia del destino que el curso actual de la humanidad le reserva.
Todo empeora. El Estado se exhibe caduco; la empresa privada, también y con ellos los medios de comunicación colectiva que decaídos, a ratos venales, acusan sin madurez a factores y actores secundarios para librarse a sí mismos de toda responsabilidad.
La seudo moralidad que se ha impuesto corresponde a la moderna y corrupta inquisición, a los chivos expiatorios, a las malditas herejías. El rumor, por sí mismo, hace prueba y basta para que las ánimas cautivas exijan sentencia condenatoria. Las masas son recipientes vacíos, espacios de dominación de las razones de la fuerza insuperable que las amasa, hornea y convierte en pan de su voracidad. La mayor tarea que se les asigna es embotarse en actividades estériles.
El electorado tiene propietarios asociados entre sí que lo usan desde una cínica política amoral que reproduce en la ciudadanía el moralismo apolítico sujeto a murmuraciones, enfermo de un individualismo anacrónico y cobarde, carente de iniciativa, empobrecido por el atraso. Ese elector (numerado) se nombra en los puntajes de las encuestas, de las que tanto se ufanan unos y otros. Ese individuo es cadáver indeciso que adhiere a los líderes de épocas finales, a los líderes de almas muertas.
La política que agoniza y con ella sus partidos y sus independientes aún se arrastra en las causas pasadas y yace en la eficacia de la publicidad. El run run constituye las convicciones del vulgo. La verdad se distribuye gratuitamente por caridad de los de arriba. Las opiniones políticas se saldan en los tribunales de lo penal por descomposición de los muertos que caminan. Los cementerios están repletos de resucitados, criminales y actores de los únicos libretos de este último acto del drama: el código penal y el juicio final.
Algunos mandatarios y candidatos pueden hacer de sí mismos un robot y grabar un discurso comodín, bueno para toda circunstancia y para cualquier pregunta. El éxito de estos automáticos robots y sus palabras depende de cuán conveniente sea para cualquier sector social, interés financiero o para el perdón de los pecados.
Un terrible desastre invade al Ecuador. Únicamente las falsas virtudes de la decadencia están presentes; el futuro queda atrás, y no hay mas opción que volver, recoger los pasos, admitir que los títulos de propiedad de las almas superan ya los certificados de defunción, también listos para ser vendidos en el gran remate del 96. Las urnas electorales sepultarán todas las voluntades.
Cuando una época fenece, surgen los líderes de almas muertas que poseen la verdad en el bolsillo, en papeles, documentos, en la apariencia de los hechos que se suceden y sobre todo en los falibles juicios con que encantan a las muchedumbres, impostura de la voz del pueblo.
El Ecuador entero está atrapado en los barrotes de este liderazgo de almas muertas, en la ruina del Estado, en la ausencia de un espíritu social innovador, en el germinal ritmo de la Historia que tarda.