Por el mañana del partido político

La viabilidad de una conducción conciente del desarrollo social surge de condiciones materiales.  El partido político advino con el aparecimiento del Estado capitalista.  Las facciones políticas precedentes no poseyeron la cualidad que pretenden en el presente las agrupaciones del Poder.

Por supuesto, solo el Estado ha alcanzado la apariencia de control social por ser manifestación de intereses que regula en beneficio de aquellos a los que representa.

Resulta inadmisible que un partido logre en sí resumir las determinaciones del movimiento social, aunque sea capaz de cabalgar no solo el espectáculo de la espontaneidad sino su propia orientación.  Por eso, ninguna revolución puede ser realizada por el partido, la realiza únicamente el pueblo.

¿Qué fuerzas conducen el movimiento social?

Desde una especie de pre-intuición, las religiones contestan con la revelación.  Se intentaron y proyectan respuestas de la filosofía con la moral; de las ciencias sociales, las ciencias naturales y exactas, especialmente de la biología, la física y la química.  Durante el Renacimiento se argumentó con esa encantadora procesión fúnebre que el Quijote organiza para la arbitrariedad individual (a pesar suyo), incluso a pesar de sus expresiones mas imaginativas y excelsas.  Maquiavelo se anticipa a los partidos políticos genialmente con su discurso y también toda la filosofía del idealismo objetivo y del materialismo inglés, francés y alemán de los siglos XVII, XVIII y XIX.  El pensamiento político de la Enciclopedia atisba lo esencial del partido político, no solo en el examen por espíritu de las leyes, que parecería una respuesta al príncipe moderno (el partido), pero con menos fundamento que la de Maquiavelo.  Y la práctica  opina en la concreción de un proceso que, a mas del Iluminismo, produjo las primeras formas del partido contemporáneo: los clubes parisinos donde se tramaron las mas estremecedoras hazañas de ese tiempo.

Allí se implicaron y contrarrestaron (entre otros) los líderes girondinos y jacobinos que en la Asamblea, al lado derecho e izquierdo, fueron nombrados  para siempre por esa ubicación, cuya lectura constituye el legado mas emocionante del drama político cotidiano de hoy en las referencias a los bandos de aquí y de todas partes.

En un breve momento (y también breve intento) en la historia se pretendió romper esta denominación con el nacimiento del marxismo que ubicó a los partidos políticos en relación con las clases, fuera del espacio muerto de aquellas latitudes y longitudes de la Asamblea.  Ese intento se llevó al extremo en la comprensión leninista del partido, que deslindó toda responsabilidad con el izquierdismo.

La dinámica de los partidos norteamericanos en su origen no ha dejado de ser curiosamente copartícipe de cierta impugnación a ese prejuicio.

No obstante, el Poder siempre ha contemporizado con estas denominaciones, porque visten para la ocasión y lo que importa políticamente en esto es la apariencia.

La sociedad reclama una visión estratégica, cuando opera no solo una profunda fe en el dinero -la religión mas reciente-, sino la previsión de soluciones científicas, ecológicas, culturales, energéticas, en el uso colectivo de recursos en espacios internacionales, regionales o locales.

Hoy los partidos enfrentan un mundo que reclama ser políticamente expresado,  en cada nación y Estado.  Es otro momento de la transición varias veces centenaria en la gestación del partido político.  En la medida en que emerge la contingencia de otra cualidad universal de los partidos, también cabe el optimismo de imaginar su presencia vigorosa en su contribución al futuro.

Mientras tanto, aquí y ahora, el sistema de partidos políticos (a pesar de muchos), permanece calculando porcentajes para botines, éxitos y derrotas, para un ambular por una vacua alegría, por la llegada a nadie sabe dónde.  Es una fase que pasará para un tipo de laureados y derrotados.


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