Muerte y resurrección de la política

La política es (u organiza) relaciones entre intereses sociales que existen en lucha por el Poder o por su administración.  A ella pertenecen los mejores y peores momentos de la evolución de los pueblos y naciones.

No existe estímulo de masas más poderoso que la política, a pesar de sus abismos.

Su lado oscuro encumbra y despliega la visión de lo tenebroso, la ofuscación, la bajeza.  Allí los contendientes se seleccionan en el noticioso espacio de la provocación, la estrechez, la injuria, la procacidad, la vulgaridad.  Con estas fibras se teje la penumbra que abraza terribles ambiciones.

En el mismo lado, el devaneo verbal enajena.  Se desborda el frenesí por el enriquecimiento inmediato:  la bolsa de valores es el paraíso y el infierno, los cálculos fiduciarios ejecutan la ineludible batalla de las pérdidas y ganancias.  La amnesia invade el sentido práctico.  Cualquier extravagancia dispara contra la realidad y la adormece.  Todo ocurre en tinieblas o en la incertidumbre.  La satisfacción es el acierto en esta oscuridad.  La incoherencia más la insensatez equivalen a su inapelable razón.  La polémica constituye el atractivo de los menesterosos.  El Estado y sus funciones generalmente están envueltos con este manto gris de la política.

La historia hace de las aparentes arbitrariedades leyes propias, verbigracia la acumulación originaria.  Algún día estos capitales se convertirán en progreso.   Y entonces ya no se juzgará.  El olvido es parte de la libertad.

La política posee también, y sobre todo, un lado luminoso, antecedente del espacio social en el que existimos.  Ella ha sido el camino del surgimiento de la Patria y la opción por la independencia que gestó la nación.  El espíritu nacional ha sido el de muchos hombres: Rocafuerte, Urbina, García Moreno, Eloy Alfaro, Enríquez Gallo, Galo Plaza, Velasco Ibarra, Jaime Roldós.

La educación reclama un cauce político para la disposición a la defensa de la Patria, la entrega del soldado, la información verdadera, la creación de un ánimo positivo, la rectificadora queja diaria, la superación constructiva del movimiento social.

Hay épocas en las cuales la política aparece oscura.  Son las de transición: delitos a causa de la pobreza o inmoralidades a causa de la riqueza muestran esa faz, recrean el pesimismo.  Pero el engaño permanente al movimiento social se vuelve experiencia.

La política cataliza la sensibilidad, conduce a transparentar los verdaderos intereses en juego.

¿Cómo no reconocer la anticipación de Espartaco o Espejo, la conciencia de Claudio?  ¿Cómo no admitir la búsqueda de Maquiavelo que quiso convertir la política en ciencia?  ¿Cómo no ver la política en la condición moral maravillosa del Quijote, en cuyo Rocinante han cabalgado millones de hombres?  ¿Cómo no verla en las pasiones humanas que resume Shakespeare?  ¿Cómo no verla en los hacedores del Enciclopedismo?  ¿En todos los revolucionarios del mundo?  ¿En los científicos, en Newton, Einstein o Stephen Hawking quienes  advirtieron en ella la obsesión por el conocimiento del azar y la necesidad?  ¿Cómo no verla en Galileo condenado a rendirse ante la Inquisición?  ¿Cómo no participar de la política de la Revolución Francesa y aún antes, de la política de la Independencia americana o de la guerra de Secesión?  ¿Cómo no verla en la Revolución Bolchevique y en Lenin?  ¿Cómo no admitir la gigantesca transformación del mundo de hoy donde, incluso al margen de la paz, avanza la unidad de la especie en la aproximación a una condición humana superior?


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