El boom economicista

El debilitamiento de la vieja conducción ideológica ha cedido ante la iluminación del economicismo, panacea y virtud al interior de cualquier quehacer del Estado.

Crece el interregno entre ideologías desfallecientes e ideas prometidas que aún no ven la luz.   Este intermedio -cargado de imágenes moribundas y de representaciones recién nacidas- conforma el camino que el Estado y, en particular, el gobierno recorre con su catequesis.  Se ha reemplazado la agotada ideología de sus partidos por el espectro intelectual que conduce la política económica:  el gabinete está dedicado a la venta.

Esta actividad ha substituido en el discurso al fanatismo religioso de fines del siglo pasado.  Por esto, no es un ardid el cambio de nombre del Partido Conservador, que corresponde al cambio ideológico de que disfruta.  La fuerza de este partido no radica en los dogmas religiosos -arrinconados o refugiados en la intimidad de las convicciones-, sino en axiomas modernos ligados a la economía de la que se desprenden las palabras que han contagiado el discurso gubernamental.

No hay Secretaría estatal que no este contaminada -o estimulada- por el economicismo, que penetra los Ministerios de Cultos y demás, sin otra justificación que aquella de que las cosas son mejores cuando se venden bien y peores cuando se venden mal.  El mercado es la medida de todas las cosas.

Se tratan la educación y los sueldos en términos de costos, privados o estatales.  El Ministerio de Gobierno se abandona a esos porcentajes, y en condiciones ajenas a la presión no tiene nada qué hablar ni qué decir.  La salud se calcula en precios de genéricos o medicamentos de marca.   La ciencia, aquí no es problema, debido a su elevado costo y bajísima rentabilidad.  La cultura, en la medida en que ofrezca beneficios políticos, puede ser atendida.  El deporte que ofrece supremas ganancias debe ser clamorosamente acunado.  La única relación que se evalúa es la de costo-beneficio, método de análisis y decisión sobre la circunstancia nacional.

Estas obsesiones de la política económica se reproyectan sobre resto del mundo en las búsquedas de ganancias, libre cambio, productividad, competitividad.  Un gobierno obediente del mercado pierde de vista al universo que está fuera de él.  Quedan al margen del mercado fundamentales constitutivos específicos de la vida social y el desarrollo.

El economicismo mata paulatinamente la economía como pensamiento y práctica trascendentes.  Sepulta con sus axiomas el arsenal de reserva que el instinto social guarda para proteger el pasado.

El Estado circunscribe cada día mas sus tareas a lo macro-económico, y lo económico, a la actividad de la venta.  La política se ha convertido en tarea del sector privado y la despolitización, tarea del sector público.

Cada afectado por el economicismo se proclama distinto de los otros.  A veces, incluso, movimientos políticos, asociaciones reivindicativas, agrupaciones empresariales, sabios y demás tienen en común el lenguaje, estructura y fronteras del economicismo.  La proyección de las imágenes desde la política económica sobre la extensión de sus dominios, se inició antes.   Y el hecho de que a comienzos de los 80 estuvieran invisibles, pero ya presentes, los factores que explotaron en el 89, hace posible afirmar que las diferencias entre los gobiernos de los últimos catorce años, en cuanto a su política económica, son principalmente de aspecto cuantitativo.

Ahora va subordinándose la política a las únicas ideas que se erigen como referentes supremos de la vida oficial y que en todas partes aclaman, el boom economicista.


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